28 abril 2006

Relato: La felicidad que pasó por la biblioteca de Las Ranas

Trata de Mario,un hombre relativamente joven pero con el espíritu ya algo machacado, que después de años en los que dejó los estudios por buscar su independencia económica fuera de su tierra natal, vuelve a la biblioteca pública donde pasó buenos ratos y donde único era capaz de sentarse a estudiar y sentir motivado y bien por ello.

Está de visita en su ciudad natal y la nostalgia y la infelicidad que arrastra desde hace años le hace ir a visitar algunos sitios donde él recordaba que había sido feliz y que le traían buenos recuerdos.

Mientras camina por la parte antigua de la ciudad, llega paseando a una vieja y descuidada plaza; el centro se yergue la antigua biblioteca de La Libertad: allí estudió algunos años para los mejores exámenes que preparó y pasó buenos momentos con amigos y compañeras de clase y de estudio.

Va paseando por las salas y estancias de la biblioteca, lentamente, como saboreando cada paso y cada sensación que aflora desde cada rincón; han modernizado bastante instalando todos tipo de ordenadores y pantallas, pero una gran parte del edificio y de sus salas se mantienen inalterables, haciendo que las sensaciones broten a través de su espina dorsal.

Hay poca gente en las dependencias, sólo media docena de estudiantes desperdigados y meditabundos… es la hora de la comida y además, no es época de exámenes: es la mejor época para disfrutar de la inmensa cultura y el apasionante saber que se encuentra en esa antiquísima biblioteca.

En la planta superior, busca una mesa vacía y limpia, como las que le gustan a él, donde poder organizarse a gusto y sin molestar a nadie y, al a vez, ser molestado en su espacio vital, en su área “del conocimiento”…

Mientras lee , tranquilamente, la prensa del día, al son del silencioso murmullo de la esa tarde primaveral. Ahora está ajeno a las inmensas cadenas que arrastra desde hace tantos años , olvidando, momentáneamente, que sus penurias están esperándole en la puerta exterior, a que salga de su escondite, de ese lugar sagrado y talismán de los momentos felices donde “ellas” no puede seguirle y tampoco pueden hacer más daño…

Cuando volvió a su sitio y estaba disponiéndose a volver a enfrascarse en su lectura, apareció por la puerta una joven estudiante negra que decidió sentarse en frente de él protagonista; parecía joven y algo tímida y en un principio, no le llamó la atención quizás porque él apenas se fijaba en las chicas de color, no era un tema racial, parecia más una simple cuestión de gustos.

Enseguida notó que había perdido la concentración pero todavía no había reparado en su origen cuando intercambió las primeras miradas nerviosas con la chica africana. No le dio mayor importancia pero se notaba extraño, con un reflujo de sensaciones que no recordaba haber tenido nunca (ay… maldita memoria) ¿cómo no iba haber tenido una sensación parecida en toda su puñetera vida…?

La chica estaba enfrascada en sus libros y libretas y escuchaba música de un CD pero mientras repetía lo que leía o tal vez la letra de alguna canción pegadiza, buscaba, furtivamente intercambiar la mirada con él, y estuvieron así toda la tarde, bueno más o menos…

Parecía bastante seria y poco comunicativa, hasta que respondió a alguno de los intentos de entablar conversación con ella, y mostró su perfecta y blanca dentadura y una sonrisa tremendamente iluminadora y contagiosa; eso lo desarmó y no pudo sino rendirse a la evidencia de que aquella enigmática e interesante chica de color lo había embrujado o algo parecido…

[IDEA DE FINAL]

El, pasadas unas horas era otra persona diferente, muy diferente de cuando entró a aquella vieja amiga, a aquella vetusta biblioteca… se sentía, diferente, respiraba, diferente, caminaba diferente, incluso pensaba diferente … era una versión maximizada de su persona es decir: era “súper Mario” (sic.). Caminaba de la mano de Zuleika, la bella sudafricana que sonreía sin cesar, como si se sintiera, ahora, en ese momento, alguien realmente especial, alguien dichoso… también ella, parecía mucho más brillante y linda que cuando la vio entrar en la sala principal, se decía él.

Sus labios carnosos y realmente hipnotizantes rivalizaban con los suyos, una de sus mejores armas para el amor y para la seducción… Mientras bajaban las escaleras y se dirigían a las salida, él juraría que todas las personas que se encontraron les miraban, seguramente, como lo hubiese hecho él mismo en su lugar; sin duda, la extraña pareja, llamaba la atención.

Cuando se despedían de la amable chica de seguridad, caminaban con el típico paso firme y envalentonado de cuando la novedad, la emoción y la adrenalina te “empujan” hacia delante… cuando estaban a sólo dos metros del umbral de la salida, Mario se empeño en parar un momento, quería decir y hacer algo muy concreto y soñado, antes de abandonar a su vieja amiga; necesitaba mirarla a los ojos, abrazarla con fuerza y casi sin palabras, pero no en silencio y casi sin prisas pero deseando una pausa en el resto del mundo, para poder decírselo “todo” sin asustarla sólo con la mirada, con su tacto y con una expresión clarificadora…

La paró antes de salir, miró a Zuleika como si no la fuera ver más y diríase que le escapó un leve maullido gatuno de pena, antes de estrecharla con fuerza contra su pecho y besarla mientras la abrazaba y le acariciaba sus suaves y particulares mejillas.

Ella casi se tambaleó ante tan inusitada demostración de afecto y pasión. Retrocedió en los primeros instantes, pero la embriagadora energía de Mario la invadió, y pese a que sabía perfectamente, cual era su misión, no pudo sino caer rendida ante un amor exultante que normalmente maniatado, se soltaba y brotaba cual inagotable, por momentos.

Después de unos minutos que, ésta vez si, parecieron horas, y casi sin mirarla a los ojos, Mario abrió la puerta cediéndole el paso a esa misteriosa africana. Casi en el instante en el que puso su primer pie en la escalera que daba a la histórica plaza de Las Ranas, una docena de energúmenos lo arrancaron de la mano de Zule, como ya se soñaba en llamarla cariñosamente; casi la vio desaparecer ante tanto, matón, ante tanto garrulo.

No recordaba que fuera tan tarde ni que fuera ese un lugar peligroso. Mientras veia los “manporros” a mano abierta venir, no pudo precisar si eran 10 o 20 personas, pues sólo veía y sentida una estampida de manos, puños y pies.
Era raro porque no sentía dolor físico, pero se sentía tan derrotado y abatido… su suerte había cambiado en un suspiro, y por lo menos, se regocijaba en el maravilloso y largo beso que le había dado a Zule, “su” Zule. En cualquier otra ocasión, se hubiera sentido fatal por no haber sido un héroe o, por lo menos, haberlo intentando. No, en ésta ocasión eso no le preocupaba lo más mínimo porque sentía que nada le podía arrebatar a su Zule.

Cuando volvió a recuperar la consciencia, estaba en la puerta de la biblioteca y volvía a tener los agobios y las múltiples preocupaciones que le atormentaban; eran ellos, el grupo de "abusones" que no habían tenido piedad cuando pisó de nuevo la realidad...

Bueno, se dijo, al menos me soñé con Zuleika y fui feliz sólo por unos instantes pero que me llenaron y me parecieron como si fueran una eternidad...

¿Que más puedo pedir, vieja amiga?
(ja,ja,ja)